A través de la historia de Dina y Genoveba se busca denunciar el abandono del Estado peruano ante las desapariciones de mujeres empobrecidas y exigir una justicia que nunca debió serles esquiva. Aquí, la crónica de una muerte anunciada, e ignorada. 
LAS DESAPARICIONES DE MUJERES POBRES SON LA REGLA

La mañana del 4 de octubre de 2017, Genoveba se levantó muy temprano, como siempre, aunque con una inquietud, pues ese día acompañaría a Dina, su hija de 16 años, a su último control prenatal, ya que estaba a pocos días del parto.

Dina Anticona Cueva desapareció ese día, de la misma forma que 15 niñas, adolescentes y mujeres adultas desaparecen diariamente en el Perú(1). Un país donde los cuerpos de las mujeres se explotan, se tiran y si los desaparecen, no se buscan. El caso de Dina no ha sido una excepción, “una falla en el sistema”: ha sido y continúa siendo la realidad a la que se enfrentan las mujeres más empobrecidas, cuya dignidad nunca importa, como tampoco su hambre, su falta de educación, el techo de barro y estera que no le cubre ni del sol, ni del frío en el arenal que está a quince minutos de la ciudad de Trujillo, en el que aprendió a caminar y al cual acudimos para rastrear los últimos pasos que se recuerdan de ella.

Dina desapareció cuando tenía 16 años: el 68% de las mujeres que desaparecen en el Perú son niñas y adolescentes(2). Tenía nueve meses de embarazo y no solo perteneció a la estadística de mujeres desaparecidas: también a la de embarazo adolescente. Desapareció en el centro de salud del centro poblado Alto Trujillo, relató María Lozano, extrabajadora de la Defensoría de la Mujer de Alto Trujillo, quien acompañó a Genoveba, su madre, durante gran parte del proceso de búsqueda.

María, cinco años después, conserva intacta la indignación. Confirma que el personal de salud se negó a colaborar en la búsqueda: que Dina nunca pasó consulta, que no encontraban su historia clínica, que nadie la había visto. También se le dijo a la familia que entró en labor de parto y le dieron una referencia para el Hospital Belén. Meses después, vecinos señalaron que Dina salió del centro de salud y acudió a la casa del padre de su bebé: la ven ingresar, pero no salir. De acuerdo al testimonio de su madre, el padre del bebé de Dina, también meses después, confirmó que ella fue a buscarlo con la referencia, pero que salió de su casa a buscar a su madre(3).

Dina desapareció y el Estado se rehusó a buscarla. No la buscaron por las razones de siempre: “su hija se ha ido con sus amigas”, es lo que le dice el policía que se niega a recibir la denuncia de la madre y la tía de Dina, porque no habían pasado 24 horas desde su desaparición. Mientras que la pareja de Dina dijo que se había ido con otro hombre —uno mayor y con dinero—, que no tenían una relación de pareja, que no estaba seguro si el hijo era suyo, que no vivían juntos. Al día siguiente, acuden a la Defensoría de la Mujer y luego de la orientación regresan a la comisaría y les reciben la denuncia(3). 


FOTO: THELMO HOYLE

“Nosotras no teníamos experiencia ni conocimiento, hasta ese momento, sobre cuál era el protocolo en caso de mujeres desaparecidas, lo único que sabíamos es el procedimiento general…”, relata María. La Defensoría de la Mujer de Alto Trujillo atendía otros temas relativos a la violencia de género. “No podíamos patrocinar el caso con una abogada”, continúa María.

En el momento de la desaparición de Dina, se encontraba en vigencia la Ley Brunito N.º 29685, que establecía medidas especiales en casos de desaparición de niños, niñas, adolescentes, personas adultas mayores y personas con discapacidad. A pesar de eso, el personal policial que recibió la denuncia no investigó, ni notificó a la fiscalía: no existía nada.

Gracias a la intervención de la Defensoría del Pueblo, ese policía fue sancionado administrativamente. Luego de tres años, él mismo fue enviado a investigar y armó un acta de investigación de una hoja y media, sin evidencias, sin fotografías. La envió a la fiscalía y el caso fue archivado, de acuerdo a lo que narró María.

En su búsqueda, Genoveba acude a la fiscalía acompañada de María, y según lo que señaló, el fiscal les dio un trato violento y le dijo que él no podía buscar a Dina: “usted me tiene que traer videos”; recuerda María con la claridad que deja tanta indiferencia: “su tarea como fiscal, si le reportan el caso de una menor desaparecida, es ir a buscar, a investigar. Pero no, él le dijo: usted tiene que investigar, tiene que buscar donde está su hija y me tiene que traer videos de ella, encerrada en una casa o que la tienen amarrada o que no la dejan salir (…)”. Hasta ahora María se indigna al recordar cómo el fiscal especuló sobre lo que podría haber hecho Dina, cómo atemorizó a Genoveba al pedirle pruebas de sospechosos, porque de lo contrario podría ir presa.

“Ella se enfrentó a más cosas, además de la indiferencia del sistema de justicia”, señaló María al referirse a la situación económica, a la religión y demás limitaciones de Genoveba.

La violencia de la pobreza


Hoy Genoveba tiene 52 años, migró a Trujillo a los 30 años, desde Sitabamba (Santiago de Chuco). “He venido de la sierra con mi hijito mayor, no he tenido pareja, mis tres hijos los he tenido a la libre, acá ya he tenido a mi Dina, ella lleva mis apellidos”, contó Genoveba con nostalgia.

Sin saber leer ni escribir, se instaló en Alto Trujillo y trabajó como obrera de empresas agroindustriales. Así se hizo cargo de sus tres hijos, a los que ha logrado educar. Luis, el último, tiene 12 años y está terminando la primaria. Hasta la desaparición de Dina, vivía en un ranchito de adobes y esteras, luego le ayudaron a construir un módulo a través de un programa social. Su historia de vida es dura y contrasta con la fragilidad de su físico.

Sus manos tiemblan y cuenta que se debe a su trabajo de pelar ajíes. En el jardín de su casa hay cuatro costales grandes con ají panca entero y sobre una manta los ajíes pelados del trabajo avanzado el día anterior. “Después de preparar mi comida me siento a avanzar, a veces me quedo hasta la una de la mañana cuando hay harta venta.”, dice Genoveba mientras toma una tijera para abrir la panca amarilla que le tiñe los dedos.


FOTO: THELMO HOYLE

¿Cómo puede una mujer empobrecida —sin saber leer, ni escribir— buscar a su hija? Ella no comprende las leyes, los trámites burocráticos ni la indiferencia de las instituciones públicas.

Todas las puertas se le cerraron, y con su hija desaparecida, Genoveba cayó en la desesperación. Nunca ha recibido acompañamiento psicológico de alguna institución, que pueda ofrecerle una forma más humana de procesar su pérdida. “Todo el día salía a caminar, cargando su ropa de mi hija, llamándola por esos cerros. Mi nuera me acompañaba, y en las noches me encerraban en mi cuarto para no salir porque yo no tenía sueño, no tenía hambre, solo quería encontrar a mi hija y no he acertado”, cuenta con el dolor acumulado durante cinco años.

“Presiento en el corazón”


“Yo estaba como perdida, sin darme cuenta de nada. Me iba a caminar con mi hijo chiquito. Sin rumbo he llegado hasta el relleno sanitario buscando aunque sea el cuerpo de mi hija”, recuerda. En esas circunstancias de abandono del Estado, la invitaron a la iglesia pentecostal “Dios es Amor” de la que forma parte hasta hoy, y en la que ha encontrado cierto consuelo ante la falta de justicia.

“Mi corazón presentaba una alegría cuando me invitaron de la iglesia para ir a Paiján, yo creía que ahí iba a encontrar a mi hija, pero nada. Al regresar pensé ‘se quedó vuelta mi hijita por acá’, porque así me habla el corazón”, dice Genoveba. Ella le cree a su corazón. Las circunstancias materiales en la que ha transcurrido su vida le ha dado solo incertidumbres, la única certeza que tiene es que su hija está viva, pero que las autoridades no la buscaron.

Familias en busca de justicia


Según el reporte ¿Qué pasó con ellas?, de la Defensoría del Pueblo, de enero a agosto de este año, se han registrado 7 mil 762 denuncias de mujeres desaparecidas en el Perú, más de la mitad no aparecen. Es evidente que la desaparición de personas tiene un componente de género, pues el 62% son mujeres.

Ante esta realidad, los familiares de mujeres desaparecidas se han organizado en colectivos que han hecho posible que en abril de este año, se incluyera la desaparición de mujeres, niñas, niños y adolescentes por particulares, como una modalidad de violencia de género. “Lo que significa que todas las desapariciones de mujeres deberían atenderse como una situación de riesgo, y se activen los CEM, operadores de justicia y todo el sistema de protección a favor de las desaparecidas y de sus familiares”, explica Vanessa Cuentas, representante de Amnistía Internacional Perú.

Sandy Evangelista, fundadora de Familias unidas por justicia, que agrupa a 50 familiares de víctimas de feminicidio y desaparición, indica lo importante que ha sido organizarse y darse el apoyo que no encuentran en el Estado: “El Ministerio de la mujer no da un adecuado apoyo a familiares de desaparecidas, mucho menos acompañamiento psicológico, como ocurre con el caso de Genoveba. Desde nuestra Colectiva logramos que se les brinde estos servicios básicos, sin embargo, miles de familias no tienen la misma suerte”.

 

FOTO: THELMO HOYLE

Una historia sin desenlace

“El caso de Dina es lamentablemente un ejemplo más de lo que viene pasando con las mujeres en nuestro país”, señala Vanessa Cuentas. “En el reporte de Amnistía Internacional Perú: ‘Las mujeres que nos faltan’, se evidenció esta inoperatividad del sistema, donde las familias denuncian la desaparición de sus mujeres y encuentran una serie de obstáculos”. El análisis que hace Vanessa del caso de Dina es doloroso: la policía le falla, también el Ministerio Público, así como le falla a más de la mitad de las mujeres desaparecidas en el Perú, que no son encontradas.

Por ello, se apresura en recordarnos que la espera de 48 horas para buscar a una persona desaparecida, es un mito: Se puede interponer una denuncia por desaparición en cualquier momento y mientras más pronto se haga es mejor, porque así se podrán activar todas las herramientas que tiene la policía a su disposición para empezar la búsqueda. (...) Las primeras horas son cruciales para encontrar a las personas que desaparecen, es necesario actuar con la debida diligencia en estos casos.

Contar historias como la de Dina y Genoveba es una forma de exigir que el Estado responda por las mujeres que olvida. Es una forma de recordarnos que la indiferencia de los operadores de justicia cobra vidas a diario. Somos parte de una sociedad que olvida a sus desaparecidas, que mira hacia otro lado cuando se trata de enfrentar las condiciones de violencia en las que las mujeres sobreviven y es momento de asumir un rol para cambiar esta realidad.

Autoras: Alana Viera y Eliana Pérez


(1)Fuente: Reporte ¿Qué pasó con ellas?. Octubre 2,022. Defensoría del Pueblo.

(2) Fuente: Amnistía Internacional Perú.

(3) Fuente: Entrevista a María Lozano Mejía, extrabajadora de la Defensoría de la Mujer de Alto Trujillo y activista de la Colectiva 8 de Marzo de Trujillo.

.
.